Nada de nada.

Vuelo. Vuelo por encima de las copas de los árboles, me elevo con una velocidad insostenible. Subo, más arriba, y más, y más. Ya toco las nubes, las acaricio, juego con ellas, les meto mano.

Vuelo.

¿Una más?

Oigo. Oigo el latido de mi corazón a cien por hora, los crepitantes chasquidos de mis articulaciones, las hormigas subiendo por mis piernas. Escucho conversaciones ajenas, risas insostenibles, besos fugaces. Una cometa a diez metros de distancia me acribilla los oídos.

¿Una más?

Huelo. Huelo el aroma fresco del verano filtrándose en los poros de mi piel, la hierba consumida, huelo a galletas de chocolate y Coca-Cola. Huelo el agua.

¿Una más?

Caigo. Caigo rodando por una colina, como una croqueta, según papá. Sin frenos, sin control. Río, río como nunca lo he hecho. Río con ganas; risa con sonido. Carcajadas. Giro, giro yo y gira el mundo, gira mi cabeza. Me abalanzo contra el suelo, o el cielo se abalanza contra mí. Y todo cae, cae por su peso, pero flotamos. Floto yo, y las hormigas, y los bichos verdes y la hierba. Ligereza.

¿Una más?

Acepto. Y entonces, se acaba el viaje. El día se apaga, el cielo se aleja, se van las vibraciones, las sensaciones y los juegos. Me hago pequeñita y una voz de ánimo se vuelve sepulcral. Todos me miran, me rodean, me hablan, me tocan. No, no quiero, no quiero nada. Me quiero ir de aquí, quiero desaparecer, evaporarme.

Malestar.

Locura.

Esquizofrenia.

Rabia.

Furia.

No aguanto más. Me despido.

DROGAS. DROGAS. DROGAS. DROGAS. DROGAS. DROGAS.