Uno, dos, tres...



viernes, 21 de diciembre de 2012

Media Luna.


El tiempo nos borra la identidad, y nos hace inmortales, soñando con la idea de andar sobre el agua, de fluir con el viento y dominar sobre el Sol. Lo llaman deseo de dominación, pero yo sólo veo miedo. Miedo en cada palabra, pavor en las miradas. El mundo se quiebra y mientras, tú, en un rincón oscuro y bajo una capa, apartas la mirada, buscando que pase el temporal, en lugar de plantarle cara. Es muy fácil arrancarse los ojos con las manos, imaginar los colores e inventar formas, pero es mejor recrear la mitad de la Luna que no existe, y quemar edificios para volverlos a montar con las manos, barro y algún trozo de madera vieja. Desaprender es una idea maravillosa, casi tanto como reír en tu funeral o gritar en un ascensor. Sobran adornos, y luces. Sobran sonrisas y falta sonreír. Y sobran toneladas de ropa. Porque no hay nada mejor que pasearse desnudo entre el trigo, compartiendo la piel con el Cielo, bebiendo la sangre de los que ya no están y enriqueciendo nuestras almas de ideas tan patéticas, como utópicas. Llenándonos de sucia sabiduría y haciendo que la unidad, seamos todos. Borrándonos las caras y dejando escritos con ruido, nuestros peores deseos.



miércoles, 28 de noviembre de 2012

Vámonos a pintar la ciudad de rojo.

"Joder, y eso que aún no te conozco. Quiéreme, manifiéstate de súbito, choquémonos como por arte mágico en el Bukowski un miércoles. Pidámonos disculpas, intentemos tirar el muro gélido diciéndonos las cuatro cosas típicas. Invitémonos a bebidas alcohólicas. Escúchame decir cosas estúpidas y ríete. Sorpréndete valorándome como a oferta sólida. Y a partir de ahí, quiéreme. Acompáñame a mi triste habitáculo. Relajémonos y pongamos música. De pronto, abalancémonos como bestias indómitas. Mordámonos, toquémonos, gritémonos. Permitámonos que todo sea válido. Y sin parar follémonos. Follémonos hasta quedar afónicos, follémonos hasta quedar escuálidos. Y al otro día, quiéreme. Unamos nuestro caminar errático, descubramos restaurantes asiáticos, compartamos películas, celebremos nuestras onomásticas regalándonos fruslerías simbólicas. Comprémonos un piso. Hipotequémonos. Llenémoslo con electrodomésticos y regalémosle nueve horas periódicas a trabajos insípidos que permitan llenar el frigorífico. Y mientras todo ocurra, sólo quiéreme. Continúa queriéndome mientras pasan espídicas las décadas dejando que nos arrojen al hospital geriátrico. Inválidos, mirándonos sin más fuerza ni diálogo que el eco de nuestras vacías cáscaras. Quiéreme para que pueda decirte cuando vea la sombra de mi lápida “Ojalá, ojalá como dijo aquel filosofo, el tiempo sea cíclico y volvamos reencarnándonos en dos vidas idénticas". Y cuando en el umbral redescubierto de una noche de miércoles pretérita tras chocarme contigo, girándote, me digas: "Uy, perdóname", ruego que permita al Dios auténtico que recuerde el futuro de este cántico, y anticipándolo, pueda mirarte directo a los ojos y conociéndolo muy bien, sabiendo el devenir de futuras esdrújulas, destrozando de un pisotón mi brújula te diga: Sólo quiéreme."



jueves, 13 de septiembre de 2012

Y dormíamos tan juntos que amanecíamos siameses.

Brindo porque se rompan los cristales de bohemia que nos oyeron respirar, las batallas de gestos que nos quitaron la razón, porque muera tu amor y mi avaricia. Brindo porque en otra noche de luna llena, me desnudes con un soplo de aire. Brindo porque ardan árboles y coches si nos oyen caminar. Grito una y otra vez lo bonitas que son las noches salvajes, si pisas el acelerador. Que por la autopista y de noche yo me pierdo si no llevo los ojos vendados. Que si me rozas, te muerdo, y si me tocas, me muero. Cuando no hay control y sólo somos dos entre la maleza, los insectos se arrodillan para sentir el calor de nuestros cuerpos. Y de un golpe seco pasamos a otra dimensión, donde reina tu piel y mis lunares, donde no existe el confín de los cuerpos, porque entre gemidos morimos una y otra vez, en la oscuridad de las sonrisas ebrias y las palabras de más. Sin dejar marcas, obligamos a las paredes a olvidar nuestras caras y recordar nuestras almas, que estallan en el vaivén de las cosas que vienen y van. Como un pez que encuentra a su banco, como un depredador volviendo a su madriguera, y como una pelea de leones hambrientos. El domador dirige la función mientras saltan fuegos artificiales, y una lluvia de estrellas capitula el viejo escenario cubierto de cuero. Y sólo cuando se esconde la luna y el sol vuelve a sonreír, sólo en plena ebullición, y cuando ya no hay fuerzas, sonidos ni fluidos que compartir, sólo cuando se escuchan los gallos comenzar un nuevo día, se sabe que es la hora de volver a la vida, de olvidar nombres y recordar las prendas que ardieron en el suelo. Porque el amor también se puede hacer sin sábanas y sin palabras bonitas. Y sigue siendo amor.

Míranos, no bailamos tan mal. by Pi Searchlight

miércoles, 8 de agosto de 2012

Y ahora de pronto, todo esto se ha ido.


Sabes que no hay nada mejor que besos por la mañana, y ahora es difícil amanecer en soledad. Es curioso cómo se puede pasar de la euforia al vacío emocional en un abrir y cerrar de ojos, pero contigo, todo era extremo. Parece mentira, pero vivíamos. Y vivíamos con los cinco sentidos, vivíamos con las manos, y con los pies, y con el sexo. Vivíamos tan deprisa que nunca nos dimos cuenta, y nunca llegaremos a aceptarlo, pero nada es nada. Podríamos escribir un libro, o dos; podríamos plantar un bosque entero con palabras, y hacerlo vivir con nuestro aliento, tan agitado que corta el aire. La furia del mar se alimentó de nuestros cuerpos, y dominábamos las mareas. Aún hoy, cuando sube el nivel del mar, te oigo respirar, pero al segundo, el agua desaparece y deja un hueco en mi mirada, y en mi cuerpo. Porque sí, nos llenábamos hasta rebosar, y entonces, era necesario abrir los ojos y tomar aire, para volver a empezar de nuevo, más despacio pero hasta el fondo. Y en el vaivén de las cosas que vienen y van nos deslizamos nosotros, siempre sin querer y luchando contra el destino, que impide que encajemos, que suframos, que gocemos. Volverán las noches eternas, como vuelve cada año la primavera, y volverán los días de tormenta, y volverá su olor, y el dolor. Volverá el invierno, y nuestro jardín florecerá en mil colores, y volveremos a dormir en las telarañas, sin saber qué está pasando ahí fuera. Y una vez más, en una habitación y a solas, crearemos vida, y no saldremos más.

viernes, 24 de febrero de 2012

Sembrando flores de algodón.

El viento se cuela entre los abedules que tiemblan con el paso del tiempo. A veces parecen tan felices, que cualquiera diría que su vida en las alturas es sencilla. Al pasar, las hojas vuelan, creando un armonioso baile entre ellas, como el encuentro de dos desconocidos que buscan saciar sus más íntimos deseos con el anonimato. Escondida, entre la maleza, queda una hoguera encendida. Aún huele a celebración alrededor, juraría que los indios han vuelto a pensar en la verdad, a brindar por la vida, a rezar con sus cuerpos. El aire sabe a piel húmeda, pero al apoyar la mejilla contra el suelo para descubrir ese universo infinito que se abre ante nuestros pies, aparece un lobo rezagado cerca del fuego. Tiene miedo, lo escribe al mirar. Está herido. ¿Lo ves? Es la piel. Es su piel lo que ha cambiado. Podría acercarme, muy despacio, y acariciar su lomo, como quien roza la luz del sol al despertar, sin erizarse. Podría tomarle, hablarle en mil idiomas, podría tumbarme y se quedaría tumbado, sincronizando la respiración, podría mirarle a los ojos, tocarle la boca, sentir su aliento, y no saber qué siente. Los lobos muestran ternura al morder. Está herido, y le duelen los contrastes. La luz de la mañana se cuela entre las copas de los árboles para alimentar su cuerpo, esquelético, libre hasta del alma más pura, y él se deja hacer. Ya no le queda nada. ¿Lo ves? Está herido. Y con el rocío, llora la evidencia y el engaño, la empatía y la traición. Pero cuando llega la noche, sin moverse, como temiendo ver lo que hay más allá de su horizonte, el lobo habla con los pájaros del sueño. Sin inmutarse, cada noche se eleva con ellos a su paradero, como queriendo escapar a sí mismo, pues el lobo está solo. Debería volver y descansar, quitarse la piel, poco a poco y sin dolor. Yo me tumbaría a su lado, y en una breve expiración, inspiraría toda la belleza y la frescura de la hierba durante un solo segundo. Después, en un último intercambio de palabras, le haría conocer su verdad, que es la mía. Y agonizando, escribiríamos, entre pezuñas: “Todos somos vulnerables.”

Hasta las manos., a photo by Pi Searchlight on Flickr.
Hasta las manos. by Pi Searchlight

Ego et moi.

Ego et moi.

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