Uno, dos, tres...



jueves, 21 de abril de 2011

Encuentro de despedida.

Fue el día de nuestra despedida cuando te encontré, escondido entre sábanas de lino azul y con los ojos puestos en el mar. Estabas cansado, y mirabas de reojo la puerta. Nos habíamos repetido aquellas palabras tantas veces desde esa fría noche de invierno... 'Despacio'. Se nos olvidó desde el primer instante en el que tú cruzaste aquella calle. Vivimos de momentos fugaces, de noches ardientes, de eclipses de sol. Con las ojeras a cuestas, matábamos el tiempo a base de besos eléctricos en las esquinas de la ciudad. ¿Recuerdas cuando volábamos en la misma dirección? No ocurría a menudo pero era maravilloso. Tú nunca te ponías de acuerdo en qué querías desayunar. Leche, galletas, y a ti, corazón. Nuestra banda sonora era el sonido de la lluvia resbalándose por esqueletos desnudos. 'Amor'. Qué ingenuos, no sabíamos de lo que hablábamos. Pero a nosotros nos dio la vida, arrebatándonos el tiempo de hablar de estrellas en la punta de la nariz. Lo reinventamos día a día, sufriendo con la idea de desfallecer antes de tiempo. Somos caprichos, te dije, caprichos del tiempo. Y el tiempo decidió abandonarnos cuando más dependientes éramos. Me dijiste 'suave'. Con esa voz que solo nosotros llegábamos a escuchar, que quedaba tatuada en la espina dorsal de la buhardilla, en esa fase intermedia que se crea entre los sueños, la vida, y la muerte. Nos encerramos allí durante un tiempo, no recuerdo cuanto; nuestra historia fue como aquel sueño del prisionero naranja, inverosímil. Y morimos, flotando. 'Suavecito', como la piel tersa de tu espalda y tus cuarenta lunares, como tu dedo rozando mi silueta desnuda, 'suavecito' como nuestro despertar, tan juntos que amanecíamos siameses, como las cosquillas de tu pelo en mi cuello cada mañana, como los besos en el pecho, o las manos en la cintura. Sin disimulo, vestíamos nuestros huesos de un aura mágica y algunos trapos viejos. El frío desaparecía cuando nos dibujábamos una y otra vez en cada pared, cuando nos cantábamos que los tambores dejarían de sonar cuando uno de los dos ganase la guerra, cuando nos disparábamos tan fuerte que nos desgarrábamos la piel de sudor. Demolimos toda nuestra fortaleza una y otra vez, con cada suspiro al oído, con cada caricia. Y es que tú acaricias tan bien...
Caímos en la cuenta de no creernos lo que ocurría, de no saber qué decíamos, ni a dónde nos dirigíamos. No lo pensemos, susurraste, no necesitamos las palabras. Y ahora, que ha vuelto el temporal, te encuentro en cada canción, en cada poema, en cada renglón de cada libro. Poesía y arte, eso eres tú. Fuimos dos desconocidos a la deriva; nos descubrimos la noche de nuestra despedida. Cuando encontramos las palabras, cuando nos faltó el aliento.



P.S.: las fotos y la edición vendrán cuando encuentre un ordenador.

3 cenizas encendidas:

JUDINSKY dijo...

:.) sin palabras...

Nicher dijo...

Escribes como si leyeras sentimientos...

Lola dijo...

Increible. Enserio. Te sigo.

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