En el Cielo está escrito
que no es real, que nunca nos desvanecimos en la colina del templo.
Sin embargo, en la Tierra queda el hueco de nuestros cuerpos,
escuálidos y frágiles como las golondrinas que aparecen por tu
ventana cada mañana. Es fascinante cómo se puede recordar algo que
nunca existió y olvidar la realidad. Engañar al Yo para calmar al
Ello, vivir obviando el pasado y recreando presentes que se evaporan
con el agua. Con las luces del invierno inventamos el trigo que ahora
yace entre nuestras manos, tan frías como el encuentro de las almas
al atardecer. Jugar con la mente es tan fácil que cualquiera podría
creer que está soñando. Y es que el sueño es lo que nos hace estar
vivos, porque no es necesario andar con los pies cuando puedes vivir
en los árboles y tararear la canción de los días tristes mientras
las amapolas ríen con tus ojos, tan brillantes como ciegos, tan
insulsos como nítidos, y tan llenos de verdad. La vulnerabilidad del
Sol alimenta la piel de los que viven desnudos frente al mundo,
olvidando que son ellos los que hacen que los planetas se alineen en
cada despertar, corriendo entre círculos polares que carecen de
sentido e historia, e inventando flores con las que seguir
compartiendo aire. Y toda esta magia se vuelve real y terrible cuando
al cerrar los ojos encuentro en un papel arrugado, aquellas palabras,
escritas con sangre en el firmamento.
“Es una obra de arte
tu cuerpo y mi cuerpo
tu sexo en el mío
unidos (por fin).”
1 cenizas encendidas:
Me gusta la elegancia de tus palabras. Sip, sip.
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