Uno, dos, tres...



martes, 21 de diciembre de 2010

Tempus irreparabile fugit.

Hace tiempo me contaste que cuando llovía, tú buscabas el sol. Que la lluvia era excitante en los días tristes si te acompañabas de buena música, y que, que el cielo llorase, no siempre era malo, a veces resultaba halagador. Me invitaste a tu mundo, y me explicaste cómo era vivir imaginándonos; túmbate al sol cuando llueva, me aconsejabas. Te divertía contarme y cantarme historias de esconder la tristeza al ponerme las gafas y mostrar siempre una sonrisa al Rey Sol.
En el viaje hacia ese mundo, me enseñaste fotos fantásticas en las que se intuía la paz, y la armonía era acorde al tiempo. Cuando llegó el verano, la lluvia amenazaba con arruinarnos los planes, y decidiste buscar una salida para no rendirte a crear el ambiente mágico al que nos habíamos acostumbrado. Bajo un soportal, encontramos cobijo al temporal que parecía avecinarse y del que queríamos escapar. ¡Maldita utopía! Nos alcanzó tan pronto como llega la nieve a la montaña, tan pronto como las cigüeñas se alejan de la ciudad. Tardó lo que tarda en llegar el invierno a la cárcel de amor.
El tiempo de los días tristes de la lejanía no pudo con los rayos que me transmitías al acercarnos sin poderme tocar, sin poderte sentir. Pero el tiempo es engañoso y se traicionó. El que huye venció al periódico, y los días enterraron el rubor de los dedos inexpertos. Tuvimos que abrigarnos con otras ropas. Y nos perdimos.

1 cenizas encendidas:

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