La lluvia en la ciudad caía con fuerza, y así resbalaban las lágrimas por sus mejillas, hasta llegar a mojar su cuello, blanco, frágil, tan delicado como la porcelana, o como un suspiro. Mientras, ella afrontaba la montaña paso a paso, con decisión, dejando atrás uno a uno sus viejos desafíos. Y entonces, se fue deshaciendo de suspiros y sonrisas, de tardes soleadas, de sábanas entre las que perderse, y de su sonrisa. Entonces, empezó a soltar lastres, y a avanzar más y más rápido entre las piedras, tan duras como su corazón en los últimos meses. En el juego, hay que ser dominante, se había repetido una y otra vez. Y por ello no había funcionado, por falta de naturalidad. Pero ya estaba hecho, todo había quedado atrás, bajo sus pies, en la aldea, y le faltaba tiempo. Al llegar a la cima, vio que sólo un recuerdo había resistido al temporal. Allí, apoyado, estaba, dado la vuelta, el retrato que le había hecho aquella tarde. Lo cogió, con cuidado, y al querer recordar sus facciones, tan claras, tan limpias, tan nítidas como cuchillas bailando al son del viento, descubrió que de él sólo quedaba su espalda difuminada, tan común en aquella foto, sin lunares, sin marcas, sin la palabra 'Fe' dominando. Y sin magia. Se había ido.
martes, 2 de agosto de 2011
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1 cenizas encendidas:
Inspirador, profundo...:)
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