Mañana, cuando el día se escape ya de la ciudad, y se escuche la voz del viento susurrando entre las persianas, cuando la luz de las farolas, aún titubeante, presagie que se acerca la fría noche de invierno, cogeré mis penas y les prenderé fuego. Con ellas, toda posibilidad de seguir viendo a través de las ventanas a la realidad, desaparecerá, y sólo me quedará la imagen que yo misma habré transformado, asociada a los recuerdos efímeros y carentes de sentido. Entonces, y sólo entonces, podré empezar a entender; guardaré en mi memoria tu mejor sonrisa, conservaré fresca tu mirada más fascinante, la de incredulidad frente a los hechos. También me quedaré con tus palabras más bonitas, con la sinceridad que usabas cuando verdaderamente te creías lo que hacías público y anhelabas el futuro.
Cuando el tiempo pase por tu cuerpo, y yo no sea más que desechos de eso que algún día fue deseo y nocturnidad, te seré fiel, y seguiré viéndote sin que el tiempo pase por tu vida, sin que nunca sea real nunca más, y no diferenciemos la realidad del sueño. Nadie nunca podrá ya pensar que vive de ilusiones, las guardaré todas junto a mi ceguera y disfrutaré del goce de tu juventud. Seré la supremacía de conservar el tiempo, de dominar sobre recuerdos sin hechos, y decidir mezclar tu pasado con mi presente para no olvidar.
Mañana, cuando el día se me escape de las manos, cogeré los amagos de nuestra historia, y daré pie a la utopía fantástica.
Me quemaré los ojos, y te veré.