Uno, dos, tres...



viernes, 24 de febrero de 2012

Sembrando flores de algodón.

El viento se cuela entre los abedules que tiemblan con el paso del tiempo. A veces parecen tan felices, que cualquiera diría que su vida en las alturas es sencilla. Al pasar, las hojas vuelan, creando un armonioso baile entre ellas, como el encuentro de dos desconocidos que buscan saciar sus más íntimos deseos con el anonimato. Escondida, entre la maleza, queda una hoguera encendida. Aún huele a celebración alrededor, juraría que los indios han vuelto a pensar en la verdad, a brindar por la vida, a rezar con sus cuerpos. El aire sabe a piel húmeda, pero al apoyar la mejilla contra el suelo para descubrir ese universo infinito que se abre ante nuestros pies, aparece un lobo rezagado cerca del fuego. Tiene miedo, lo escribe al mirar. Está herido. ¿Lo ves? Es la piel. Es su piel lo que ha cambiado. Podría acercarme, muy despacio, y acariciar su lomo, como quien roza la luz del sol al despertar, sin erizarse. Podría tomarle, hablarle en mil idiomas, podría tumbarme y se quedaría tumbado, sincronizando la respiración, podría mirarle a los ojos, tocarle la boca, sentir su aliento, y no saber qué siente. Los lobos muestran ternura al morder. Está herido, y le duelen los contrastes. La luz de la mañana se cuela entre las copas de los árboles para alimentar su cuerpo, esquelético, libre hasta del alma más pura, y él se deja hacer. Ya no le queda nada. ¿Lo ves? Está herido. Y con el rocío, llora la evidencia y el engaño, la empatía y la traición. Pero cuando llega la noche, sin moverse, como temiendo ver lo que hay más allá de su horizonte, el lobo habla con los pájaros del sueño. Sin inmutarse, cada noche se eleva con ellos a su paradero, como queriendo escapar a sí mismo, pues el lobo está solo. Debería volver y descansar, quitarse la piel, poco a poco y sin dolor. Yo me tumbaría a su lado, y en una breve expiración, inspiraría toda la belleza y la frescura de la hierba durante un solo segundo. Después, en un último intercambio de palabras, le haría conocer su verdad, que es la mía. Y agonizando, escribiríamos, entre pezuñas: “Todos somos vulnerables.”

Hasta las manos., a photo by Pi Searchlight on Flickr.
Hasta las manos. by Pi Searchlight

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